Al día siguiente, en aquella mañana helada te conocí. Nos miraste tímida y ladeaste la cabeza de una forma pícara mientras tu madre nos recibía en tu morada. Tus mejillas paspadas endurecían tus rasgos, junto con tu pelo hirsuto y tu ropa gastada. Con tus hermanos sacabas las prendas mojadas a causa de la tormenta pasada.
-Por suerte salió el sol- dijiste sonriéndonos.
Y empezamos a buscar contigo algunas piedras para usar como cimientos de tu vivienda. El barro parecía no querer soltar nuestras botas, pero tu corrías como una atleta olímpica entre los charcos. Parecías muy feliz, guiándonos para encontrar las piedras adecuadas.
1 comentario:
¡Cuánta dulzura y cuánta empatía reflejas!Guarda siempre dentro tuyo esa capacidad de emocionarte y vibrar ante las cosas sencillas de la vida.Protege ese "cuore" tierno siempre dispuesto a las aventuras "techeras".Sigue dando de ti con alegría.cbg
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