lunes, 25 de julio de 2016

Vietnam: Un país guerrero y de motos locas



Vietnam nos recibió con otra patada - le comenté a Eleni. .-No tuvimos problema para entrar en el aeropuerto, pero fue como estar soñando en un paraíso hermoso (Indonesia) y luego caer y caer... y golpearte en un infierno de cemento caótico, bullicioso y gris: Bienvenidos a Hanoi, la capital vietnamita. Nos despertamos a los bocinazos y parlantes gritando en una especie de acento chino. El tráfico es una experiencia de motocross + montaña rusa: torpedos de bi rodados zumban y envuelven en una nube de humo a los obstáculos (sean caminantes, vehículos, motos en dirección contraria, cualquiercosaatravesada). Si te pasaste del camino, doblá ahora nomás a contracorriente que podés! Las demás motos se abren, tal como mar rojo con el bastón de Moisés para que pases.


Cuevas de Ha Long Bay, Hanoi, Vietnam. 

Los capitalinos son la gente más tosca que he conocido, si tenés un "pero" en la conversación, suben de tono y se molestan. Como la mayoría no habla inglés, creo que se aprovechan de eso para que te quejes con tu abuela ante algún problema.
Vista de Ha Long Bay, Hanoi, Vietnam.

Paseamos dos días por Ha Long Bay en barco, ¡es hermoso! Las cuevas invitan a dejar volar la imaginación con sus estalactitas coloridas y onduladas por la escultura de sus corrientes de agua y viento frío. El paisaje es un paraíso maravilloso, con rocas imponentes flotando en la bahía.


Hoian (y alrededores): El oasis de Vietnam

Lámparas de seda típicas de Hoian. 
La pequeña ciudad te acoge con su tranquilidad verde, bicicletas con sonrisas y los típicos Non La (sombreros de cono). Sus lámparas de seda iluminan la ciudad, y le dan aroma sus deliciosos sopones picantes a poco más de un dólar.
Orilla del río en Hoian, Vietnam.


Es un placer recorrer en bicicleta ese encanto urbano-rural, regatear en las tiendas, degustar un humeante Ho Fu (sopa con fideos de arroz, verdura y cerdo o pollo), probar qué tela te queda mejor en una sastrería y pasear por el río iluminado de noche, contemplar sus barcos y un espectáculo de figuras de colores, dibujado por las típicas lámparas. Los otros días nos aventuramos en moto por los alrededores: Templos, estatuas de mármol, verde y cuevas rocosas bordeando la playa conforman una combinación única. 
Había que aprovechar el día porque su gente vive al ritmo del sol: empiezan temprano pero se duermen temprano también. Fue el lugar que más disfrutamos en Vietnam, los vietnamitas eran todos muy amables.


El sur: el Vietnam capitalista
Ho Chi Min, el presidente comunista que mantuvo la guerra. 

Al ganar la guerra, el gobierno cambió el nombre de la ciudad

de Saigón por Ho Chi Min. Vietnam.

Parecen dos países y lo fueron, hasta la reunificación post guerra. Ho Chi Min City (HCMC o ex Saigón) es más verde que su capital; luminosa, carteles publicitarios y edificios altos y brillantes decoran las calles, transitada con moda de más variedad y color. Las motos infernales son iguales que en Hanoi (peor porque es más grande).


Curiosidades

El ideal blanco
La tez de los vietnamitas es de color bronceado terroso, pero como quieren ser blancos, van a la playa tapándose hasta la punta de los pies. Además manejan con tapabocas y pañuelos. Las mujeres vietnamitas aparecen blancas en las publicidades (no existen en la realidad) y se suele pagar para aclararse el color de la piel.




El tránsito: una experiencia para extremos. 
Oleadas de motos interminables, hacen una discoteca de bocinas y arranques estrepitosos. La bocina la tocan por las dudas. Las motos locas están en el ADN de los vietnamitas, sea grande o pequeño el lugar, manejan sin reglas. La única regla: sigue de largo y lento, ellos van a parar (funciona!)



El legado de la guerra


Fueron 20 años de bombardeos. Un ejército enemigo que entra a las villas y mata a familias enteras, torturas en masa escalofriantes, gases tóxicos como el orange hacen que Vietnam hasta hoy día engendre humanos monstruos, deficientes, deformes, manchados, sin pies, manos, ojos y patologías de comportamiento con un nivel de enfermedad que no me imaginé que pudiera existir jamás. Se te paraliza el corazón cuando ves las fotos de los destrozos, matanzas y torturas. En el Museo de la Guerra la gente lloraba. Me quedé pensando qué nos estamos haciendo como especie. Vietnam fue el anfitrión de una guerra de dos mundos, donde los países comunistas se aliaron contra Estados Unidos y sus aliados. Fue una guerra genocida, larga, que rompió todos los códigos de la guerra tradicional, una guerra sin sentido: fue un escape de odio entre dos mundos. Tanto era el odio, sumado al interés armamentil que asesinaron a los presidentes de Vietnam y EEUU, porque ambos estaban negociando una paz, tal vez demasiado temprana. La victoria de Vietnam aún huele a azufre, suena a explosivos y como saldo tiene sus recursos naturales acabados, masas de gente muerta, y humanoides engendrados sin fecha de término. 


Nos quedamos contemplando el arte del niño que tocaba piano en el Museo de la Guerra de forma maravillosa. Él no tenía ojos. Apreciamos jarrones, artesanías y cuadros, dignos de decorar una mansión de un rey, hechos por los afectados de la guerra, que viven de su arte.Creo que un país hoy es hijo de su tiempo y sus circunstancias, tal vez vi a la gente de Vietnam resistente, indomable, nada educada, incluso fiera y guerrera (en los túneles de Cu chi vimos como hombres y mujeres hacían trampas y armas con bambú, y vivían en mini túneles subterráneos).
Fue una experiencia llena de aprendizajes fuertes, quedé muy contenta de haber ido, pero no volvería.