martes, 5 de octubre de 2010

La vuelta


El Estadio Centenario, donde se jugó el primer mundial de fútbol.

Sensaciones encontradas

Me preguntaba qué tantas cosas habían cambiado cuando iba en el avión. Estaba ansiosa. Las imágenes acudían a mi mente: los asados, las mateadas, las reuniones donde todos gritábamos y nos reíamos mucho, el viento y el verde llano, las salidas, los bailes, la vida pueblerina. Más ansias. ¿Qué habría cambiado?
-"Descendemos al Aeropuerto Internacional de Carrasco" - dijo una voz en el avión.
Divisé la Torre de Antel, el puerto de Montevideo, y el Estadio Centenario. "Sí! allí se jugó el primer Mundial de fútbol", pensé.
Uruguay me recibió a lo uruguayo. Respiré aire húmedo, denso para mis pulmones. ¡Mis hermanas estaban allí! La tranquilidad, los ómnibus lentos, la gente tomando mate en la calle, sin apuro y riéndose... fue un abrazo de bienvenida. Adoré la rambla de Pocitos, matear como lo hacíamos antes, y me deleité distraída contemplando chicos altos y simpáticos, caraduras que le gritaban a las mujeres en la calle, cero caballerosos, claro. ;) No faltó la tormenta que apresurada nos bañó en diez minutos e hizo un escándalo en el cielo y la tierra. Y saborée un chivito y licores caseros entre charlas fraternales, mientras me aprontaba para salir con mis amigos de la facultad.


Una de las calles centrales de San José de Mayo.
En San José todo estaba igualito. Tranquilo. Asado, más mate, bizcochos y baile. Mi cama, mi cuarto, mi osito Flash de la infancia, mi alhajero preferido. Las conversaciones con mis familia y mis amigos, mi vecina Beba esperándome con cosas ricas para conversar, el baile, las mismas caras. Y la lluvia y el viento fresco, los árboles, la pradera llana. Por un momento sentí que no me había ido. "¿Cómo estás Xime?", y ahí teníamos una charla de unos minutos con conocidos. La amabilidad de la gente que atiende en los comercios, los saludos en la calle y el acento "shh" típico uruguayo me hizo sentir en mi país de nuevo. "Acá te esperamos siempre", era el mensaje que percibía en cada gesto, mirada, sonrisa y ritmo del país. Todo estaba igual. Sentía que para mí habían pasado varios años... pero en el paisito del mate y la pradera verde el reloj no tenía apuro. Noté que mis amigas ya tenían sus vidas planeadas:  trabajos, novios y tal vez comprometerse y casarse allí. Yo no sabía que iba a hacer el año que viene, ni dónde estaría. Reaccioné que no estaba de vuelta, sino sólo de ida... y por unos días. Me sentí bien uruguaya, pero tenía amigos nuevos de otras partes del mundo, me inquietaban otros temas. Fui más consciente de que Uruguay es una aldea, una aldea hermosa y encantadora. Pero yo ahora era una ciudadana del mundo, te entendí de nuevo querida Bárbara. No sabía donde quería estar. Sólo que quería vivir cada momento de mi vida y hacer algo para que este mundo sea un lugar mejor. Y dejar que la vida me sorprenda.