(Foto: BBC)
Sentí los gritos de Felipe y de repente me estaban sacando del brazo de la cama. Dormida aún me costaba pararme porque temblaba todo, y no entendía nada. Iba a salir corriendo pero ya era tarde, el piso y las paredes se movían tan fuerte que lo mejor era esperar. Un minuto duró el terremoto. Un minuto donde la Tierra nos recordó lo frágiles que somos. Sentimos un grado menos por estar en Santiago (7,8 grados Richter), y no en Concepción (8,8). En el mismo minuto por ese grado nosotros vivimos, pero un bebé murió junto con su madre en brazos intentando escapar. Ya van más de 700 los que no vivieron el minuto próximo. Adónde escapar, me preguntaba, y se me erizaban los pelos de la nuca. Adónde. Mientras esperábamos en pijamas en la calle que fuera lo que Dios quiera, pasaban unos borrachos diciendo "terremoto", mientras señalaban su trago. Sonreí y agradecí mucho estar viva, y por poder contar ese minuto.