sábado, 27 de febrero de 2010

Un minuto

(Foto: BBC)
Sentí los gritos de Felipe y de repente me estaban sacando del brazo de la cama. Dormida aún me costaba pararme porque temblaba todo, y no entendía nada. Iba a salir corriendo pero ya era tarde, el piso y las paredes se movían tan fuerte que lo mejor era esperar. Un minuto duró el terremoto. Un minuto donde la Tierra nos recordó lo frágiles que somos. Sentimos un grado menos por estar en Santiago (7,8 grados Richter), y no en Concepción (8,8). En el mismo minuto por ese grado nosotros vivimos, pero un bebé murió junto con su madre en brazos intentando escapar. Ya van más de 700 los que no vivieron el minuto próximo. Adónde escapar, me preguntaba, y se me erizaban los pelos de la nuca. Adónde. Mientras esperábamos en pijamas en la calle que fuera lo que Dios quiera, pasaban unos borrachos diciendo "terremoto", mientras señalaban su trago. Sonreí y agradecí mucho estar viva, y por poder contar ese minuto.

martes, 16 de febrero de 2010

Versos de mar andino



Mar de Isla Negra, Casa de Pablo Neruda. Litoral, Chile.
El murmullo del mar de la casa de Pablo Neruda nos hipnotizaba.
Las olas se fundían en pasión fría con los murmullos marinos,
para luego traerlos junto con reflejos frescos de agua aturquesada.

Mirábamos el mar, embelesados por ese regalo que la naturaleza nos daba,
ese instante perfecto de aroma salado y viento que nos invadía los oídos.
Qué versos habrá traído ese mar.
Cuántos instantes perfectos habrán inspirado a Pablo Neruda.

Sentada en el banco, ante la inmensidad celeste,
sentí que era el lugar donde el poeta contemplaba la naturaleza infinita.
Tal vez allí mismo escribió una de las cartas de amor a Matilde, su amor más apasionado.
Tal vez pasaba las tardes allí con ella.

Me sentí afortunada de tener algo en común con el poeta andino,
de compartir la naturaleza, ese mismo murmullo,
ese viento salado que hace más de 50 años susurró en sus oídos.

lunes, 15 de febrero de 2010

Cerrado y punto

Los chilenos tienen una capacidad asombrosa de cerrar un tema, de tal forma que cuando pasó, no se habla más. Es cierto que para seguir adelante y ser más productivos conviene concentrarse en lo que vendrá, pero en Chile esto parece ser una máxima. Era lunes y todos estaban callados en la oficina. De repente alguno tomaba café y se reía al comentar alguna anécdota, pero nada más. Los chilenos habían elegido el presidente el día anterior y parecía que el hecho no hubiera sucedido.
"¿Es que no van a hablar?", pensaba yo. Las horas corrían.

-Qué tranquilos estuvieron los festejos de Piñera- comenté. Nos metimos y salimos de la multitud como quien da una vuelta a la manzana.
-Ah, ¿fuiste también?

Pero la conversación no fue más allá de las diferencias con Uruguay en los festejos, si los candidatos se ven el mismo día, y contestarles quién es el presidente de nuestro país.

-El país no va a cambiar porque gane uno u otro candidato.

Y el tema se cerró. Tenían razón, pucha qué prácticos. Como uruguaya me quedé con ganas de discutir al menos sobre por qué se eligió a ese candidato, y sobre lo que pasó y tal vez sobre lo que podría haber pasado...