Él sólo añoraba tener un campo con caballos y una familia. El dinero que haría con su empresa lo destinaría a cumplir su sueño.
-Los caballos son tan nobles- dice Andrés. -El gato hace lo que quiere y le da lo mismo lo que haga su dueño. El perro es fiel, y lo trates como lo trates, siempre te va a querer. En cambio el caballo, si lo cuidas con cariño, te retribuirá igual, si no, es capaz de golpearte.
-¿Tuviste un caballo alguna vez?
-Sí, cuando era pequeño. -Los ojos de Andrés brillaban bajo el fresco nocturno. -Le decíamos el Colorado. Él era indomable, sólo se dejaba montar conmigo. Una vez él estaba nervioso y me tiró al suelo. Pero luego me vino a buscar.
Andrés se quedó contemplando la luna, extrañando la libertad de correr al galope, viviendo esa sensación de estabilidad eterna en la carrera rápida que lo hacía sentir dueño de sí mismo.