sábado, 30 de abril de 2011

Chilensis noenses

-Pucha, los chilenos no saben decir que no Felipe!!!
-Mm seee!
-Siempre te esquivan, te dicen que sí pero después desaparecen!! Incluso te mandan para la "loma del ojete" igual porque les da cosa decirte que no saben dónde queda ese lugar que les preguntaste.
-¡Jajaja! Es verdad. Pero hay una situación en que son especialistas para decir que no.
-¿Cuál????
-En un baile. Vas a invitar a una mujer, ahí todas te dicen que no. Siempre.
-¿Ah sí?
-Recuerda: para todo sí, salvo para bailar que son "secas"* para decir que no.

*Seco: en chileno, significa ser muy bueno para algo, ser especialista.

domingo, 24 de abril de 2011

Inquietudes paternales

Esa tarde de abril lluviosa a Ricardo le preocupaba una cosa: que su único hijo fuera feliz en su viaje. Ese año tal vez sería más largo que los anteriores. Los almuerzos de los domingos, los asados y las conversas al lado de la chimenea tendrían gusto a nido vacío. Me recordó a las últimas semanas en Uruguay, compartiendo los últimos mates y manjares caseros con mi familia. Vi la misma mirada afectuosa que tenía mi padre, incierta ante una situación nueva en la que ya era difícil orientarnos: "¿Qué harás?, ¿quién te recibirá?, ¿cómo te tratarán?, ¿estarás bien?", expresaban sus ojos.
Creí entender mejor sus inquietudes. Nuestro mundo de aventurarnos a lo desconocido y de amigos internacionales y cibernéticos era un mundo que ellos no podían visitar ni siquiera en sueños.

"¿Cómo hacen para conservar la amistad, si cada uno vuelve a su país?", nos pregunta.

No lo sabía. Miré a Aline y a Sebastián para ver si ellos tenían una respuesta. Creo que ninguno lo había pensado seriamente.

"Ya lo vivirán ustedes con sus hijos", nos dijo con una sonrisa sabia, cómplice  nuestro a futuro por aceptar decisiones sin tener certezas, sólo con amor y confianza.

Me imaginé a mis hijos viajando, para otro planeta quizás, pero que confiaría en ellos, ya que probablemente tenga menos respuestas aún para sus vidas. 

miércoles, 13 de abril de 2011

Experiencia paltesca

Cada vez que le cuento a un chileno mi primer experiencia con una palta se ríe descaradamente, así que ¿por qué no compartirlo?
La vi, estaba quieta en la sección de los frutos exóticos. Parecía una pera verde ajena a los manoteos de los consumidores... "mmm... interesante", a $U 20 la unidad (1 dólar). Probemos. Huele a seco, dura como manzana, va para la bolsa y llega a la cocina. La vendedora me había dicho "intenta pelarla", el cajero se había encogido de hombros, y yo, sumándome a la ignorancia paltesca, intenté pelarla. Clavo mis dientes y la dureza amarga me arruga la cara. La meto a hervir para que se ablande. Se resiste la muy extranjera. Ya amarronada, la corto al medio, le retiro la pelota que tenía en el medio, y la muerdo. Huácala.  Madera rancia. Pruebo tímidamente la masa exterior amarronada. Huácala. ¡Goma dura! El caldo huácala al cubo. Se va expresa a la basura.

Seis años después, cuando llegué a Chile y me dieron pan con palta, la miré de reojo. La imagen de aquella palta insolente me generó un regusto amargo de mis papilas. Miré ese puré incrédula, la muy amarga parecía "amansada", ahora que yo era la extranjera y ella la locataria. Y estaba deliciosa, tanto, que me encanta ese toque chileno en todas las comidas.