domingo, 7 de abril de 2019

Febrero es carnaval en Uruguay

Atardecer en Uruguay

Me gusta cuando voy a Uruguay. Cuando aterriza el avión en el aeropuerto de Montevideo, el corazón encuentra un acomodo perfecto, y una sensación de que todo va a estar bien:  relájate y deja fluir. “Menos es más”, esa frase ahora cobra sentido, como cuando te pones un perfume bueno en un frasco de 5ml. 

La parsimonia armoniosa de Montevideo en febrero es hermosura y simpleza. En febrero la capital palpita con su esencia más genuina, mezclada con la alegría veraniega y carnavalera. 
Las calles llenas de árboles decoradas con flores, espectáculos en los parques, filas de gente corriendo con vitalidad en la rambla, picaditas de futbol en las placitas, bailarines de tango o artistas callejeros innovando con nuevas melodías, gente caminando y conversando entre mates como si la tarde no pasara. El atardecer es un espectáculo digno de ver. La gente se arrima a las orillas de la playa y se sienta a verlo entre conversaciones y risas sin límite, aplaude cuando se esconde el sol en el agua, en una acuarela celestial de anaranjados, rojizos y lilas tornasolados. A veces, los tamboriles suenan acompasando tamaña belleza andante. A veces la lluvia barre con los planes, y te deja envuelto en un viento fresco con un aroma a mar dulce que juguetea enredándote el pelo.

Tablado de Carnaval en Montevideo

Y la noche es tan bohemia, que el atardecer genera expectativas de momentos más disfrutables aún. En febrero todas las noches son de carnaval. Un carnaval bien acorde a nuestra idiosincrasia, claro: en vez de ser un “festival de la carne” de 3 días de fiesta descarrilada como es su origen, dura 40 noches tranquilas de estar sentado y aplaudiendo en familia con mate y choripán, un espectáculo cómico-intelectual y una obra de arte en los vestuarios y maquillajes de los murguistas. Las murgas critican y se quejan, y como uruguayos se ve que nos sentimos bien quejándonos con ojo de aguja, y en general, no hacemos nada para cambiarlo. Las quejas van desde el gobierno hasta temas que no podemos controlar como el clima o los mosquitos. Pero como es febrero, las conversaciones de “vaso medio vacío” tienden a ser más de “vaso medio lleno”.

Helados deliciosos decoran las playas y esto es importante: la vaca es sagrada, pero por un motivo opuesto a India: se come todo, en cantidades industriales, la vaca y sus derivados son la comida más deliciosa del mundo. La gente no se da cuenta de que usa y abusa de la vaca hasta que llega el examen de colesterol y le hecha la culpa a la edad o a la situación económica. Cualquier comida que no tenga algo de vaca es “rara” o vegana (aunque no se suele manejar correctamente este concepto porque es difícil que exista comida sin carne o sus derivados). 
Cuando pasas los días, la simpleza reinante surte efecto: sientes que algunas cosas están de más, no necesitas glamour, ni marcas, ni maquillaje, ni adornos caros. No necesitas un vestido nuevo para una ocasión, ni muebles nuevos, o cambiar el celular, ni comer en un restaurante fino. Montevideo parece caminar un paso al costado de los estímulos de compra respecto a otras capitales. Sientes que estás bien así como estás sin necesidad de más y que puedes conversar con todo el mundo así como sos. La gente suele disfrutar horas conversando contigo sin motivo alguno, con una espontaneidad muy divertida, casi inocente, que se delata por la mirada seguida de una sonrisa y de decir lo que piensa sin pensar mucho lo que dice.
Menos es más. Montevideo está plantada de corazón al mar, parada en la orilla de la playa con los brazos bien abiertos respirando hacia el mundo, diciéndole al tiempo que no corra, que no tiene apuro. Parece que eso le diera el carácter a nuestra capital. 

Y si decides irte, vuelve cuando quieras, ella te despeina con su viento marino intenso, para recordarte que te recibe con los brazos abiertos, como si no hubiera pasado el tiempo. 

1 comentario:

Rogelio Altez dijo...

Montevideo es una ciudad que camina contigo en cada paso que das, incluso cuando no estás ahí.
Hermoso relato, se queda conmigo como se quedó la ciudad asida a mi vida desde que la dejé en 1980.